Por Dr. Darsi Ferrer La Habana, 8 de mayo de 2009.
El sistema de salud pública constituye uno de los pilares que utiliza el gobierno cubano para justificar lo que considera como “conquistas sociales” logradas en su medio siglo de permanencia en el poder. Determinados avances en la cobertura de salud y, sobre todo, una efectiva propaganda sostienen el mito de la condición de Cuba como potencia médica mundial, más allá de los resultados concretos que agobian a la población por las insuficiencias y el deterioro progresivo de los servicios médicos.
Terminada la guerra de independencia, en 1898, el país no contaba con una infraestructura básica, prácticamente no existían instituciones de salud pública y la población era diezmada por las enfermedades infecciosas. Miles de cubanos morían a consecuencia de la hambruna provocada por la devastación de la guerra, por la disentería y a causa de afecciones contagiosas como tuberculosis, malaria, fiebre tifoidea y la fiebre amarilla, entre otras.
Esa situación de insalubridad llevó a que la administración norteamericana durante el período de ocupación, 1899-1902, desarrollara importantes acciones en materia de salud pública, como fue la creación de instituciones médicas, las campañas de higienización en las ciudades y la lucha contra las enfermedades contagiosas.
Con la instauración de la República, a partir de 1902, prestigiosos galenos bajo la coordinación del Dr. Carlos J. Finlay, continuaron los esfuerzos por mejorar las condiciones de salubridad de la población e higienización del país. En poco tiempo los resultados fueron notorios; se disminuyó la mortalidad por tétanos infantil, se erradicó la fiebre amarilla y se creó en 1909 la Secretaría de Sanidad y Beneficencia, que resultó ser el primer Ministerio de Salud Pública del mundo.
Durante los años siguientes se fue consolidando el desarrollo de la salubridad, apoyado en tres sistemas: el sistema nacional de salud estatal, el privado y las clínicas mutualistas o de asociados. Hecho que conllevó a que los índices de salud de la nación fueran reconocidos como de avanzada, y que los profesionales e instituciones médicas y la Escuela de Medicina tuvieran una alta calidad y disfrutaran de gran prestigio internacional. Por esos años la atención de salud pasó a ser reconocida oficialmente como un derecho de las personas.
Entre los aportes de relevancia mundial de prestigiosos galenos cubanos durante la primera mitad del siglo XX destacan: el descubrimiento por el Dr. Carlos J. Finlay del agente transmisor de la fiebre amarilla y sus medidas preventivas, además de formular una novedosa doctrina médica, la teoría metaxénica del contagio de enfermedades infecciosas, que sentó las bases para el desarrollo de la arbovirología y la artropodología médica; la introducción por el Dr. Tomás Romay de la vacunación en Cuba, la que como ejemplo inoculó primeramente a sus hijos; los inventos o modificaciones de más de 28 instrumentos destinados a la exploración o cirugía renal por el Dr. Joaquín Albarrán, además de otros importantes descubrimientos de su autoría relacionados con el aparato urinario; el Dr. Agustín W. Castellanos fue propuesto para el premio Nobel de medicina por su descubrimiento de la angiocardiografía, lo que facilitó el posterior desarrollo de la cirugía cardiovascular; el invento de la micro reacción por el Dr. Alejandro Chediack para el diagnóstico de la sífilis mediante una gota de sangre, procedimiento que rápidamente fue aceptado por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Pudieran mencionarse muchos otros avances en el campo de la medicina, pero excederían los límites del presente trabajo.
Específicamente en el año 1958 Cuba exhibía índices de salud en muchos aspectos similares a los de países del primer mundo y superiores a los de América Latina. Con una población de algo más de 6 millones y medio de habitantes había en esa época 6 286 médicos, sin contar los estomatólogos, y 32 501 camas entre el servicio hospitalario y benéfico, para un total de 1076 habitantes por médico y 237 habitantes por cama; la esperanza de vida al nacer era de 58,8 años y la mortalidad infantil de 32,5 por cada mil nacidos vivos, cifras que mantenían una tendencia decreciente y que aún 20 años después no alcanzaban muchos países del continente; la tasa bruta de mortalidad de la población era de 6,4 por cada mil habitantes.
Por citar un ejemplo, a principios de la década del 80´ la tasa de mortalidad infantil era de 70,6 por cada mil nacidos vivos en Brasil, de 53 en México y 35,3 en la Argentina, según indica el Anuario Estadístico de 1988.
No todo fue positivo en el sistema de salud pública de aquella etapa; la inadecuada distribución geográfica de sus servicios creo notables diferencias entre la cobertura de salud en las ciudades y las marcadas insuficiencias existentes en las zonas rurales, también tuvo una incidencia negativa el alto nivel de corrupción que caló en las estructuras del sistema, entre otros problemas.
No obstante, las deficiencias de la salud pública se compensaban con los servicios que ofrecía a un costo módico el sistema mutualista o cooperativo, cuyas instituciones sanitarias surgidas en tiempos de la colonia, conocidas como Quintas o Clínicas, fueron las precursoras de los HMO de Estados Unidos, las que, además, contaban por los años cincuenta con aproximadamente millón y medio de asociados, y brindaban una atención profesional excelente y mantenían condiciones de confort e higiene apropiadas.
Los asociados del servicio mutualista o cooperativo por una módica mensualidad de 2 pesos en su mayoría, y un máximo de 10 pesos en las clínicas más caras, tenían garantizado su derecho a consultas médicas de todo tipo de especialistas, el uso del laboratorio y toda clase de exámenes médicos, medicamentos, cirugías, ingresos con habitación para el enfermo y su familiar, incluidas las tres comidas diarias y meriendas para ambos, además de disfrutar de las actividades recreativas y culturales que brindaban los centros pertenecientes a esas instituciones.
El triunfo del proceso revolucionario en 1959 produjo en la nación profundas transformaciones de índole política, ideológica, económica, social y cultural. Desde sus inicios el rumbo socialista se fue labrando mediante la adopción de medidas de carácter popular, como fue en la esfera de la salud la implementación del sistema médico rural, pero sobre todo los beneficios sociales se basaron en la estatización de las propiedades de la burguesía, mediante la confiscaciones de sus bienes, hasta llegar en poco tiempo a la enajenación de las propiedades individuales de toda la sociedad.
A consecuencia de esa situación se produjo un éxodo masivo durante los meses de septiembre y octubre de 1960. Emigró de modo abrupto una cifra importante de dueños de unidades asistenciales, accionistas de instituciones mutualistas o cooperativas, propietarios de laboratorios farmacéuticos y droguerías, y muchos otros profesionales de la salud. Por su parte el gobierno decretó el 1 de agosto de 1961 la Ley No.959, que estipuló la rectoría por el ministerio de salud pública de todas las actividades de salud del país, incluyendo las unidades privadas y mutualistas.
La consolidación del sistema nacional de salud era una realidad en 1970. Para esa fecha el gobierno revolucionario había logrado someter a su control y dominio todas las actividades de asistencia médica, asistencia social, y de la producción, distribución y comercialización de medicamentos y equipos médicos. Y quedaron eliminadas las modalidades privadas e independientes, como las empresas extranjeras, los empresarios nacionales, la iglesia, incluso se prohibió las tradicionales organizaciones o sociedades independientes de profesionales del gremio, como fue el caso del colegio médico nacional, disuelto el 30 de abril de 1966 por mandato oficial.
Los enormes subsidios procedentes de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), permitieron que durante las décadas del 70´ y 80´ se extendieran los servicios de la salud estatal hasta darle cobertura gratuita a toda la población cubana, asimismo posibilitaron la modernización y ampliación de la red de instituciones médicas, la implementación de planes masivos de formación de profesionales de la salud, la adquisición de tecnologías y de equipos médicos modernos, la creación de institutos de investigación, así como el diseño y puesta en práctica de importantes programas de salud enfocados en la prevención, diagnóstico, tratamiento y control de enfermedades.
De esa época constituyen beneficios el mejoramiento de indicadores tales como: la erradicación de los casos de poliomielitis, la significativa disminución a 9,4 de la mortalidad por patologías infecciosas y parasitarias en 1987, la importante reducción del número de muertes por tuberculosis. También cuentan como logros el incremento del parto institucional, la reducción mantenida de la mortalidad materno-infantil y el incremento de la esperanza de vida.
Fue el año 1984 cuando se introdujo el programa del médico y la enfermera de la familia, que pronto pasó a ser la base de la atención primaria de la medicina socialista. En teoría ese modelo de atención médica está organizado por áreas geográficas de salud, constituidas por una policlínica y varios consultorios, los que funcionan bajo el control de los funcionarios del municipio de salud, y tienen asignados determinados hospitales e institutos de investigación que les garantizan los servicios especializados del nivel secundario y terciario.
Según los defensores de ese plan, la convivencia del médico y la enfermera de familia en las comunidades ofrecen la posibilidad de desarrollar procederes y servicios de promoción, prevención, curación y rehabilitación. Además, a través de la dispenzarización de todos los pacientes permite la protección de grupos poblacionales específicos y la realización de acciones que integran al individuo, la familia, la comunidad y el medio.
En los años noventa, tras la caída del bloque socialista, desapareció la llegada de cuantiosos recursos que venían de la URSS, lo que desató una profunda crisis. En la esfera de la salud el desabastecimiento causó un marcado declive en los servicios, se abandonaron o restringieron muchos de los programas existentes, la población sufrió los efectos del retroceso en indicadores claves como el bajo peso al nacer, la mortalidad materna, aumentó la desnutrición, la incidencia de enfermedades infecciosas, y se evidenciaron las graves limitaciones estructurales propias del diseño de la medicina “revolucionaria”.
En la actualidad el gobierno y sus apologistas se aferran en manipular la realidad médica. Sostienen el mito de avances que ya no existen mientras resulta un desastre el cuidado de salud de la población, dado el deplorable estado de las instituciones y el continuo deterioro en los servicios asistenciales.
Como todas las demás esferas de la vida nacional absorbidas por el Estado, el sistema de salud funciona de acuerdo a los intereses políticos del gobierno, razón que transformó la esencia de la medicina de su sentido científico y humanista, y estableció una concepción impersonal que dispone a médicos y pacientes en función del gobierno. Esa sumisión del sistema de salud al Estado creo mecanismos que generan niveles insostenibles de burocracia, corrupción, e ineficiencia.
A la grave carestía de recursos materiales de los últimos años se le agregan otros factores que contribuyen de manera importante al descalabro de la salud. De modo general, los profesionales del sector están desmotivados profesionalmente, ya que trabajan por salarios sin poder adquisitivo real, que no les garantiza siquiera la satisfacción de las necesidades elementales; tómese por referencia que un médico especialista percibe un salario de unos 23 dólares al mes, según el cambio oficial de 24 pesos por dólar.
Las pésimas condiciones de trabajo también condicionan un generalizado índice de frustración en los profesionales, reforzada por la supresión de las libertades y creatividad personal, al no permitirse las iniciativas privadas ni la creación de asociaciones u organizaciones gremiales independientes. No menos perjudicial resulta la sustitución de los selectivos planes de estudios que regían la formación de médicos y demás trabajadores del sector antes de 1959, para dar paso a la preparación masiva, y emergente en muchas especialidades, que no toma en cuenta la capacidad de los aspirantes ni la vocación profesional, lo que da lugar a una sensible y sistemática disminución en la calidad de los egresados.
Son aún mayores las deficiencias en el campo profesional por no contar los cubanos con posibilidades de acceso a internet en plena era de la informática, unido al déficit crónico de literatura actualizada y a la prohibición de viajar a eventos académicos internacionales. Sólo un pequeño grupo de militantes del partido comunista, incondicionales al gobierno, disfrutan de esos privilegios.
El marcado descontento de la población con el sistema de salud se justifica por el estado deplorable de los centros donde reciben asistencia médica; la mayoría de esas instalaciones se encuentran en condiciones ruinosas, faltos de higiene, carentes de recursos elementales. No exageran quienes consideran una tragedia la necesidad de ser admitido en un hospital. Basta señalar que los pacientes deben ser provistos por su familia de la comida diaria, de implementos de limpieza para atenuar la suciedad de esos recintos, de la ropa de cama, piyamas, aseo, cucharas, vasos, recipientes para almacenar el agua, incluso muchos tienen que resolver por la izquierda los medios de diagnóstico y medicamentos que requieren para su tratamiento, sin olvidar el regalo por debajo de la mesa a los profesionales que estén en relación con su atención médica.
Para bochorno de la medicina nacional, cada vez es más significativo en la Isla el número de enfermos sin solución para sus necesidades de salud y que dependen de la alternativa de ser ayudados por sus familiares exiliados, mediante el envío de medicamentos, espejuelos con cristales rectificadores, aditamentos ortopédicos, sillas de rueda, camas fowler, nebulizadores, prótesis dentales, equipos para medir la tensión arterial, los niveles de glicemia, entre otros tipos de socorro.
Punto aparte merece el manejo que se realiza con las estadísticas, las que son de dominio exclusivo del gobierno y no está permitida su supervisión por especialistas u otras entidades independientes. Esto hace que los resultados estadísticos que presenta el país no sean confiables, pues se tiende a manipularlos en beneficio de mantener una imagen positiva del Estado, o simplemente se oculta determinada información profesional y se clasifica como secreto del gobierno.
Ejemplo de lo anterior lo constituyen el dato inaccesible de la cifra de suicidios, de abortos, la exigencia a los médicos de clasificar como virosis inespecíficas a muchos de los enfermos con dengue para que así sea menor el número de casos diagnosticados con esa patología, el regocijo por la baja incidencia de VIH-SIDA en el país sin cuestionar que en los últimos años el diagnóstico de nuevos casos en fase SIDA o etapa tardía demuestra un evidente subregistro, los valores de hemoglobina establecidos como normales son cifras inferiores a las aceptadas por la Organización Mundial de la Salud, las tablas que determinan la correspondencia del peso y la talla según la edad de los niños utiliza valores inferiores a los establecidos internacionalmente, por sólo citar algunos.
Las referencias de elogios a la actual tasa de mortalidad infantil, 5,3 por cada mil nacidos vivos, alcanzada por la medicina cubana omiten que este indicador se logra con el apoyo de una política indiscriminada de abortos, que se calcula en más de 4 millones durante el período de revolución. Ante todo embarazo de riesgo a los galenos se les obliga a estimular la opción del aborto, y entre los factores de riesgo establecidos están que la progenitora viva en condiciones de miseria o padezca de alguna perturbación mental. A muchas enfermas mentales después de parir las esterilizan por métodos quirúrgicos sin el consentimiento de ellas o sus familias. Estos procederes ilegales, al igual que la impunidad en los casos de daños por iatrogenias médicas, se amparan en que la legislación jurídica vigente no garantiza el derecho a la indemnización de los afectados por los servicios del sistema de salud.
En Chile está prohibido el aborto y, sin embargo, su tasa de mortalidad materna, 18 por cada 100000 embarazos, es inferior a la de Cuba. Esta comparación indica el interés de los cubanos en la tasa de mortalidad infantil, pues es considerada por la Organización de Naciones Unidas como índice de desarrollo humano. Las muertes maternas o de niños mayores de un año es de menos impacto estratégico y, por tanto, las autoridades no se esfuerzan en mejorar al máximo esos programas. Algo parecido sucede con la importancia que recibe la esperanza de vida de la población, 77,9 años en estos momentos, contrario a la despreocupación con que se aborda el índice de calidad de vida de los ancianos.
Aunque Cuba posee por plantilla la mayor cantidad de médicos per cápita del mundo, alrededor de 70 mi según cifras oficiales, un significativo por ciento de consultas y servicios de salud no funcionan por falta de personal, como resultado de la exportación masiva de profesionales y recursos médicos, enviados para las llamadas “misiones internacionalistas”. Actualmente cerca de 36 mil galenos y otros tecnólogos de la salud laboran en 68 países de Latinoamérica y del continente africano, en detrimento de los cuidados de la salud de los nacionales, lo que es motivo de un marcado descontento y de crecientes críticas de la población.
La razón de tal depredación del sistema médico no es humanitaria, sino política y económica. Téngase en cuenta que por la cooperación en el exterior anualmente ingresan a las arcas del gobierno aproximadamente mil millones de dólares de ganancia neta. Además, en las naciones receptoras los soldados del ejército de bata blanca ayudan a propagar la ideología marxista y a que esos gobernantes consoliden su perpetuación en el poder. Cualquier duda puede consultarse la situación de Venezuela, donde es difícil creer que hoy Chávez aún fuera presidente, sin la presencia de los 20 mil médicos cubanos que ofrecen servicios de salud a personas humildes de los cerros y las zonas intrincadas. El régimen de la Habana también recibe en agradecimiento a su “internacionalismo” reconocimiento para su proceso político y el cabildeo en los diferentes escenarios internacionales de oposición a las condenas por sus reiteradas violaciones a los derechos y libertades fundamentales del pueblo.
Los ilusos que sostienen la fantasía de que Cuba es una potencia médica mundial no se engañan del todo. En el país funciona un subsistema diferenciado de salud que oferta servicios médicos de excelencia en instalaciones muy bien condicionadas, con profesionales debidamente capacitados y recursos de todo tipo. La peculiaridad es que está destinado exclusivamente para la atención médica de extranjeros, miembros de la élite gobernante y militares de alto rango. El resto de la población tiene prohibido acceder a esos centros de salud, como ocurre en el Hospital Cira García, Las Praderas, Centro Internacional de Restauración Neurológica (CIREN), Centro de Investigaciones Medico Quirúrgicas (CIMEQ), Clínica Koly, los mejores pisos del Hospital Almeijeiras, Hospital Frank País, entre otros.
En el ámbito de la salud es innegable la involución de Cuba como balance de estos últimos cincuenta años. La fallida estructura socioeconómica del modelo socialista mantiene enferma a la sociedad por los efectos traumáticos del estress sostenido, y como consecuencia de las precarias condiciones de vida de los cubanos.
La población subsiste en medio del desesperante cúmulo de necesidades vitales sin esperanzas de mejoría, razón que influye en la prevalencia de altos índices de suicidios, violencia, alcoholismo, drogadicción, tabaquismo y enfermedades psiquiátricas. Otra fuente de enfermedades es la crítica carencia nutricional que, en 1991, desató una grave epidemia de neuropatía, la que alcanzó los 30 mil contagiados dos años después. También la disminución de la talla de las generaciones recientes es resultado directo del déficit de alimentos.
El azote de epidemias es favorecido por las caóticas condiciones higiénicas y ambientales del país, donde los vertederos de desechos sólidos y líquidos son parte del ornato público e incrementan los vectores transmisores de enfermedades infecciosas, además del agua potable que se suministra de modo irregular, de pésima calidad por el tratamiento inadecuado y frecuentemente contaminada con albañales por el deterioro de las redes de distribución. Fue Cuba, en 1981, el primer país del continente americano que sufrió una epidemia de dengue hemorrágico, con más de 11 mil afectados, posteriormente se han reportado otras graves epidemias en 1997, 2001 y 2006, aunque todos los años hay brotes epidémicos por casos importados o endémicos. Similar significación presenta la incidencia de brotes de hepatitis, conjuntivitis hemorrágica, tuberculosis, varicela, leptospirosis, meningitis, virosis y las enfermedades diarreicas.
Quienes se resisten a creer que la medicina cubana no es un modelo a imitar sino todo lo contrario, tienen el argumento más sólido en las decisiones de los altos dirigentes del país. El selecto equipo de galenos que atendió inicialmente al Sr. Fidel Castro, bajo la dirección del Dr. Zelma, cometió errores que agravaron su delicado estado de salud y, sin pérdida de tiempo, se buscó a un doctor español para que se hiciera cargo de su caso. El anterior vice ministro de salud, Abelardo Ramírez, se fue a operar a Francia cuando le diagnosticaron el cáncer gástrico que tiempo después le causó la muerte. Aún el neurocirujano Domingo, militar de alta graduación que se desempeña como jefe de docencia del CIMEQ, visita todos los años en Inglaterra la clínica donde mantiene tratamiento médico. Estos no son los únicos personajes que optan por venderle a la salud nacional, se estila en la jerarquía del poder preparar las maletas en cuanto aparecen los primeros síntomas de una enfermedad.
Como nota debe señalarse que en el país seis médicos cumplen largas condenas, desde marzo de 2003, por defender los derechos fundamentales de los cubanos, ellos son considerados por Amnistía Internacional como presos de conciencia. Otros miles de médicos están en condición de rehenes, sin derecho a viajar libremente. En el exterior radican miles de médicos desterrados por el gobierno, que tienen prohibido entrar a territorio nacional.