Los disturbios que siguieron a las elecciones de Irán invitan ciertos análisis sobre la naturaleza de la libertad en la convivencia social. La República de Irán no es una república (aunque se llame así), sino una sociedad teocrática cuyos fundamentos no emanan de los derechos del individuo, sino de la suprema entidad en una religión que se erige en estado a la usanza de los califatos místicos del Islám histórico. Esa “República” se rige supuestamente por los dictados de Dios (que los musulmanes llaman Alá). El único objetivo de una sociedad basada en la fe musulmana es servir y avanzar esa fe, incluso por la violencia y el despotismo. Todo lo demás es secundario e indiferente.
Este estado iraní teocrático y totalitario, fue fundado a principios de 1979 por un moezín (clérigo) maloliente y fanático llamado Ayatollah Khomeini. Desde entonces ha servido los intereses de esa fe y ha identificado al diablo con quien considera su enemigo histórico más peligroso desde los tiempos del profeta Mahoma. Ese enemigo que debe exterminarse sin contemplaciones de la faz de la tierra, es la sociedad secular norteamericana, sus libertades públicas y sus instituciones.
En esa gesta mesiánica, el Estado de Israel, a diferencia de lo que insisten los ignorantes de historia, lejos de ser una entidad separada es sólo un apéndice cercano y peligroso del “Gran Satán” y en consecuencia debe exterminarse primero. La “fe de amor” de que hablara Bush e hiciera eco Obama es una estafa sangrienta. Si el amable lector lo duda, debe estudiar la historia del Mahometanismo desde la peregrinación de su profeta de La Meca a Medina (La Hégira) hasta nuestros tiempos. Nadie que estudie eso con objetividad puede concluir que el Islam es otra cosa que una doctrina de guerra y conquista.
Khomeini alcanzó el poder por obra de una revolución que en buena medida tuvo el absurdo beneplácito de Washington en los tiempos del notorio Presidente Jimmy Carter. Carter es otro fanático altruista quien cree que sus hemorroides se curaron gracias a las oraciones del desaparecido presidente egipcio Sadat y sus hermanos en la fe islámica de Egipto. Estas oraciones fueron prometidas por Sadat a Carter durante las negociaciones de paz que celebraran en Camp David con el Primer Ministro israelita Begin. El antiguo comerciante de Plains se quejó de dolor al dirigente egipcio durante esas conversaciones. Como presidente, Carter fue sin duda uno de los peores. Quizás el peor, aunque para ese honor Obama promete mucho.
Los disturbios en Teherán y otras poblaciones iranesas representan mucho más que una simple protesta contra un muy probable robo electoral. Hay que entender cuán opresivo es ese credo y cuáles son los sentimientos ahogados contra él. También los disturbios del “maleconazo” en La Habana en 1994, empezaron como protesta contra la interrupción del servicio de transporte marítimo entre La Habana y Regla causado por el desvío de una embarcación hacia Estados Unidos, pero degeneraron en pedradas contra las ventanas de los hoteles de turismo y en gritos coreados de “¡libertad, libertad!”. Las ansias de vivir disfrutando del respeto ajeno y especialmente por parte de las autoridades, son insuperables y universales.
Tal como ahora en Irán, esas protestas populares en Cuba fueron suprimidas por las fuerzas represivas. Sin embargo, los disturbios de 1994 en La Habana se sofocaron en poco tiempo y aunque hubo una buena cantidad de apaleados y detenidos, no fue necesario que corriera mucha sangre. Eso evidenció la superior experiencia y capacidad represiva de los esbirros castristas para enfrentar este tipo de desafío público, comparadas a las de sus equivalentes de Irán, quienes parece haberse sorprendido de la intensidad y continuidad de la protesta. El saldo ha sido de varios muertos, muchos heridos y por lo menos centenares de arrestos. Tal como lo hizo en 1980 con Carter, Castro convirtió el descrédito de ese disturbio en ventaja final al chantajear a Clinton con una avalancha de balseros y obtener que se firmara un acuerdo migratorio, sólo beneficioso a la continuidad de su régimen. Interrumpido brevemente durante la administración de Bush, ese acuerdo parece infortunadamente estar en vias de restablecerse.
La reacción del Occidente a la represión brutal en Irán ha sido sólo verbal en casi todos lados, menos en los Estados Unidos, donde ni eso. Algo desanimado por el fracaso inicial de su ramo de olivo hacia Teherán, Obama sin embargo insiste en una posición obsequiosa hacia los enemigos de Norteamérica, regañando a sus aliados y pidiendo sin cesar disculpas por esta nación en todas partes. Cuando sus declaraciones iniciales de indiferencia y neutralidad sobre los acontecimientos de Teherán no fueron bien recibidas por otras naciones aliadas de Estados Unidos, Obama cambió ligeramente de tono, pero haciendo hincapié en absoluta imparcialidad, ya que “nada daría más placer a los líderes de Irán, dada la historia de Norteamérica en esa zona, que tener la menor excusa para culpar a Estados Unidos por los disturbios”. De todas formas y a pesar del neutralismo ejecutivo, un diario de gran circulación en Teherán partidario del presente régimen, acusó a su administración de aprobar $400 millones para la Agencia Central de Inteligencia con el propósito de desestabilizar al régimen iranés mediante el fomento de disturbios.
Hasta un observador tan profundo del experimento democrático como Alexis de Tocqueville erró en ciertos aspectos de ese experimento. Tocqueville afirmó que la democracia “extiende la esfera de la libertad individual”. ¿Desconocía Tocqueville la posibildad de un sistema totalitario impuesto por una minoría política mayor que el resto de una sociedad estrictamente democrática, pero dividida? O, ¿desconocía la posibilidad de una mayoría aterrorizada por una situación crítica, sucumbiendo voluntariamente al totalitarismo? Esa es una realidad siniestra documentada por la historia. Hitler, Perón, Vargas o Chávez, aunque se cuenten entre los más prominentes no son ni remotamente los únicos casos. En las naciones que surgieran al final del imperialismo europeo en África y Asia en la segunda mitad de siglo XX, son incontables las que como el Zimbabwe de Robert Mugabe, siguiendo el lema democrático de “cada hombre un voto”, en la práctica experimentaron “cada hombre un voto, pero sólo una vez”.
¿Será la repugnancia de Obama a criticar al régimen de Irán reflejo o premonición de su destino político?