Por Dr. Darsi Ferret
Miami, Florida. 1 diciembre de 2012.
Similar al caso de la permanencia del embargo económico norteamericano a la dictadura que rige férreamente los destinos de Cuba, la Asamblea General de la ONU vuelve erróneamente a votar por un absurdo en abrumadora mayoría. Esta vez el dislate se deriva hacia el estatus de nación reconocida exigido por los representantes de Palestina en el cónclave mundial. Y es tan aaberrante meterse a decirle a USA con quién tiene que comerciar como aceptar que los palestinos tienen un gobierno. Como una tendencia que parece acomodarse entre los países en vías de desarrollo de darle prioridad a la representación de un grupo como si fuera la nación, y así molestar a los Estados Unidos y darle en la torre al Estado democrático de Israel, olvidandose que esos grupos se representan a sí mismos, como sucede en el caso cubano, las autoridades palestinas se apechan la legitimidad que no tienen.
En realidad, el Estado palestino más se asemeja a una nación fallida como Sudán que a un país con un gobierno verdaderamente representativo. En esa misma Asamblea de la ONU se sabe bien que ese proyecto mal armado de país del Medio Oriente desde sus mismos inicios está dividido en una lucha entre facciones con características más gansteriles que de estadistas democráticos. Los mismos ciudadanos que conforman la población de ese territorio árabe están secuestrados en sus derechos por grupos como Al Fatah y Hamas, aunque no son los unicos, que imponen sus credenciales como representantes del resto de la sociedad, intimidan a sus súbditos para que voten por ellos, les incitan constantemente contra Israel, los mantienen en condicion de miseria y guerra permanente, obligándoles a sostener un enorme aparato corrupto que se traga la mayor parte de las remesas de ayuda que recibe el país. Para nadie tampoco es un secreto que este modelo de explotación, esquivo de la institucionalización de una democracia, de la libertad informativa y la libre expresión, es el mismo que fundara el primer presidente, Yasser Arafat, hace más de treinta años. Nadie, ni siquiera el Estado judio, con el que las diversas facciones palestinas han mantenido una permanente pugna como el demonizado Enemigo, casi tan violenta como la que sostienen entre ellos por agarrar todo el poder y dinero que pueden, les ha exigido que se democraticen y que la sociedad sea transparente. Esa premisa hace rato habría acabado con el forzado conflicto israelo-palestino que ha costado y cobra a diario tantas vidas.
Para vergüenza de las funciones que debe cumplir la ONU, primero con los ciudadanos de un país antes que con el grupo que por fuerza dice representarlo en esta magna Asamblea, acaparando su voz y verdaderos deseos, en el caso palestino y en el cubano se utiliza irresponsablemente un instrumento para la paz internacional con una finalidad estrecha, sectaria y cargada de un oculto rencor en general al peso democrático global de los países de Occidente y, en especial, a los Estados Unidos. El voto de muchos de estos paises miembros es usado para otorgarle estatus de naciones normales a los representantes de dictaduras y autoritarismos como Palestina y Cuba, con tal de ignorar la razón de no premiar con reconocimiento y legitimidad internacional a un régimen abusivo con sus propios ciudadanos.
Anteponer la representatividad legal de un Estado confuso y represivo como Palestina a su democratización auténtica equivale a condenar a que más ciudadanos palestinos continúen pobres, reprimidos, repletos de odio contra un Enemigo externo, y manteniéndole los bolsillos llenos a unos crápulas. Así se eluden las verdaderas bases para lograr la paz entre Israel y Palestina, y la posibilidad de dirimir pacíficamente, sin extremismos guerreros que alimenten más odios y muertes de ambas partes, los conflictos territoriales que son el argumento esgrimido de tales diferencias.
La paz tan añorada en esa región nunca se podrá lograr si primero no se le exige al gobierno palestino que de pasos verdaderamente democráticos, no formales y ladinos, de claridad y transparencia en su propia sociedad. De hacerlo, la sorpresa sería mayúscula hasta en esa Asamblea General de la ONU que hoy se ufana de haber sido mayoría en esta votación. Como en cualquier pueblo que quiere progresar en paz, se descubriría que si el ciudadano palestino no teme expresar su verdadera voluntad sin represalias, la inmensa mayoría preferiría acabar con este estado de permanente conflicto e incluso trabajar y comerciar con el Estado de Israel, una nación de desarrollo de primer mundo en la región.
Es la misma historia para el pueblo de Cuba. Somos traicionados cada vez que esta Asamblea General le concede al gobierno de fuerza de la isla el beneficio de su voto frente a los derechos humanos que les son conculcados por la dictadura. El primer embargo que esta magna Asamblea debe condenar es el que la dictadura en el poder le impone al pueblo contra su propio progreso y libertad de elección. Si mañana desapareciera el embargo comercial del gobierno norteamericano a la dictadura militar cubana, que parece tener tantos amigos y simpatizantes en el mundo diplomático, a diferencia de la Junta Militar Argentina, los desaparecidos regímenes del general Stroessner en Paraguay o la dictadura del general Pinochet en Chile, el pueblo cubano seguiría sufriendo carencias, miserias y la violación rapaz de todos sus derechos. No es ahí donde está la moña, compañeros diplomáticos y gobiernos simpatizantes de dictaduras, como tampoco lo está en reconocerle autoridad moral o legal a los pandilleros que mantienen secuestarda la voluntad de los palestinos.