HIPOCRESÍA
Por Hugo J. Byrne
El Presidente Obama se ha dedicado por entero a la campaña electoral para su reelección desde hace más de seis meses. Durante ese tiempo ni siquiera ha pretendido disimular su total abandono de las obligaciones que impone su trabajo. Se trata de deberes que solemnemente juró observar cuando tomó posesión de la presidencia en enero del 2009. En consecuencia, los intereses nacionales continúan deteriorándose por falta de atención.
La deuda nacional sigue creciendo en progresión geométrica. La lideratura del Senado, abyectamente en el bolsillo del Ejecutivo, no ha sido capaz de aprobar un presupuesto desde hace más de mil días. El promedio oficial de desempleo permanece sobre el 8%, mientras el índice verdadero se mantiene en 14%. Absolutamente nada se hace para aliviar nuestro problema energético y el siempre creciente precio del transporte duplica el que teníamos en 2008. La enorme rama ejecutiva del estado no es capaz de encontrar tiempo suficiente para “investigar” la infinidad de escándalos que ella misma produce, en especial dentro del Departamento de Justicia.
El poder avasallador que actualmente Washington ejerce sobre la ciudadanía está siendo contínuamente incrementado por la administración de Obama en detrimento de la economía y, más importante, de los derechos que codifica la constitución. La diferencia abismal entre lo que Obama refiere como éxitos de su mandato y la ingrata realidad, sólo se compara a la que existe entre sus presuntos objetivos y las consecuencias opuestas de sus acciones. Sin embargo, Obama declara tener la solución de todos los males del país y nos pide cuatro años adicionales para aplicarla. De acuerdo a la Casa Blanca el único problema de Norteamérica es desigualdad en los impuestos federales. En otras palabras, su discurso para noviembre es el mismo que usara en el 2010.
Los contribuyentes que logran éxito en sus inversiones, según Obama deben pagar un porcentaje mucho mayor de sus ganancias que el resto de la gente. Para ello Obama propone implementar la “Regla Buffet”. Esa regla es un esquema fiscal propuesto por Warren Buffet, financiero multimillonario, amigo del Presidente y contribuyente a sus campañas. Los inversionistas utilizan fondos que obviamente ya pagaron impuestos federales, estatales y locales. Todo inversionista toma el riesgo de perder, pues en el mercado libre la ganacia nunca está garantizada.
En una economía de mercado el peligro que representa esa iniciativa es enorme. Con su implementación la mayoría de los inversionistas reforzará su gran desconfianza hacia Washington y su inclinación a no arriesgar capital. ¿Favorece Obama una reducción en las contribuciones federales y tiene el propósito de incrementar la ruinosa deuda nacional? La respuesta a esta pregunta, increíblemente, puede que sea positiva.
El antiguo “anchorman” de la cadena de televisión ABC, Charles Gibson, discutió ese tema con Obama, entonces Senador por Illinois, durante un debate presidencial con Hillary Clinton en el 2008. Gibson le recordó a Obama del formidable influjo tributario que ocurrió cuando tanto Kennedy como Reagan redujeran los impuestos de ganacias a largo plazo. Seguidamente Gibson le preguntó a Obama por qué proponía subir esos impuestos sin parar mientes en las lecciones de la historia.
La respuesta de Obama fue intensamente reveladora: “Es tema de justicia” (fairness). Con esa respuesta Obama afirmaba que, ante la disyuntiva entre el objetivo interés público y su arbitrario concepto personal de “justicia”, su ideología siempre prevalecerá. Aquí Obama se nos reveló como un ideólogo del colectivismo radical, quien no tiene el menor escrúpulo en imponer su criterio desde el poder. Si alguien abriga dudas de esta realidad debe observar cómo “Obamacare” se convirtió en ley a pesar del evidente y abrumador rechazo público.
Muchos líderes de la oposición, incluyendo el candidato Mitt Romney han declarado su admiración por Obama como persona. Si la conducta de Obama debe avalarse solamente por su comportamiento hacia su familia, no caben dudas sobre su decencia. No obstante, un servidor de los lectores es más riguroso. Aún contemplando el evidente amor de Obama por su esposa e hijas, es imposible ignorar que el servicio fastuoso que les regala (incluídas escuelas privadas y múltiples vacaciones), es a expensas de quienes pagan impuestos. Además, lo claramente establecido en el párrafo anterior no puede calificarse de comportamiento decente. La decencia no termina en la puerta del hogar.
Por no intentar la defensa de los inexistentes logros de la administración, la campaña de Obama se concentra en argumentos negativos sobre la vida personal de los oponentes, incluyendo sus opiniones del pasado y fe religiosa. Los candidatos de la oposición pueden haber cometido errores en situaciones pretéritas y haber sustentado honestamente criterios opuestos a los presentes. Eso no los descalifica. Reagan y Churchill cambiaron de opinión y hasta de partido durante sus respectivas vidas públicas. Empero, tanto el antiguo Presidente norteamericano como el ex inquilino del número 10 de Dowing street se cuentan entre los grandes estadistas de la Historia Contemporánea.
Conocer la biografía de cada candidato es muy importante para una decisión informada por parte de los votantes, pero comparar sus diferentes agendas y activismo político es imprescindible. En el caso presente, los votantes deben tener derecho a revisar tanto la información financiera de Mitt Romney como los “transcripts” del presidente durante sus años como estudiante de leyes en Harvard. No exite razón legal válida para no hacer pública esa información.
Sospecho que esos misteriosos “transcripts” pueden decirnos mucho más sobre el parcialmente desconocido pasado del Presidente Obama, que las declaraciones de impuestos de Mitt Romney sobre las finanzas del ex gobernador.